El aumento de la sombra by Robert Jordan

El aumento de la sombra by Robert Jordan

autor:Robert Jordan
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 1998-01-01T05:00:00+00:00


33. Otra vuelta en la urdimbre del Entramado

El propio lord llegaba pisando casi los talones del chiquillo. Era un hombre alto, ancho de hombros, de mediana edad, con un rostro de rasgos angulosos y cabello rojizo que pintaba canas en las sienes. Había un aire arrogante en sus ojos, de un color azul oscuro, y su porte denotaba que era un noble. Vestía una chaqueta verde de buen corte con discretos bordados dorados en las mangas, y sus guantes también estaban adornados con hilos de oro. Igualmente, unos realces dorados cubrían la vaina de la espada y fileteaban el lustrado cuero de las botas. De algún modo consiguió hacer magnífico el simple acto de cruzar el umbral de la puerta. Perrin sintió desprecio por él desde el mismo instante en que lo vio.

Todos los al'Seen y los Lewin se atropellaron para recibir al noble; hombres, mujeres y niños se agolparon a su alrededor dedicándole sonrisas, reverencias e inclinaciones de cabeza, quitándose la palabra de la boca unos a otros en su afán por manifestar el gran honor que para ellos era su presencia, la visita de un cazador del Cuerno. Esto era lo que más parecía entusiasmarlos. Tener bajo el propio techo a todo un lord era realmente excitante, pero si además se trataba de uno de los comprometidos por el juramento a buscar el legendario Cuerno de Valere ya era el acabóse. Perrin no creía haber visto nunca a la gente de Dos Ríos adular servilmente a nadie, pero el comportamiento de sus convecinos se aproximaba mucho a ello.

Saltaba a la vista que el tal lord Luc aceptaba aquello como el trato debido a su persona, cuando no menos. Y, además, como algo fastidioso de soportar. Los granjeros no parecían darse cuenta o, quizá, no identificaban aquella expresión levemente aburrida, la sonrisa ligeramente prepotente. Tal vez creían que así era como se comportaban los nobles. Y, efectivamente, la mayoría lo hacía, pero a Perrin lo fastidiaba ver a esta gente —su gente— aguantándolo.

Cuando el alboroto empezó a calmarse, Jac y Elisa presentaron a sus otros huéspedes —salvo a Tam y a Abell, que ya lo conocían— a lord Luc de Chiendelna, aclarando que los estaba aconsejando para que pudieran defenderse contra los trollocs, que los animaba a plantar cara a los Capas Blancas y a que se defendieran por sí mismos. Unos murmullos aprobadores sonaron en toda la habitación. Si Dos Ríos hubiera estado eligiendo a un rey, lord Luc habría contado con el pleno respaldo de los al'Seen y los Lewin. Su aire de prepotente aburrimiento no duró mucho, sin embargo.

Nada más posar los ojos en la tersa cara de Verin, Luc se puso ligeramente tenso y su mirada bajó a las manos de la mujer tan rápidamente que muchos no lo habrían notado. Estuvo a punto de dejar caer los guantes bordados. A juzgar por la figura rechoncha y el sencillo atuendo, Verin habría pasado por una granjera más, pero era obvio que el noble sabía reconocer



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